Los primeros meses que trabajé aquí en Alemania estuve yendo a la oficina en autobús. Coincidía con los días de menos luz del año, esos en los que entras de noche, y sales de noche. Poco a poco fui familiarizandome con los viajeros que subían en cada parada. Y pensaba. Pensaba durante los trayectos sobre qué hacía en este país, en las diferencias culturales, en la dificultad del idioma, en el estilo de vida tan distinto.
Y recordaba. También me venían a la memoria tiempos pasados que me acompañaban como fantasmas en el asiento de al lado. Pensaba en todo lo que dejaba atrás.
Hoy, leyendo este texto que escribí hace dos años, me doy cuenta de que jamás me arrepentiré de haber salido de aquel bucle; de aquella zona de doloroso confort. De haber dejado el metro y haber salido a la superficie. Igual de oscura, sí, pero con una promesa en el horizonte. Hoy estoy más contento que nunca de ir en bici a trabajar, pero ese tema lo dejamos para el siguiente post.
Estoy
cansado. Muy cansado. De negarme cada día a reconocer que la tierra
gira más deprisa que mis pasos. De seguir pensando que llego a todo y no
llegar a nada. De despertarme cada mañana negándome una realidad y seguir viviendo una mentira que conozco de memoria.De seguir detrás de
una zanahoria imaginaria. Del puto día de la marmota.
De perder las noches y malvivir los
días. De olvidar llorar de alegría y ya no recordar como hacerlo; de
pudrirseme por dentro el alma. De cerrar los ojos y escuchar una risa
perdida;y alargar la mano para tocarla. De saber que ahora es otro su
dueño, y rezar, rezar de rodillas a un dios en el que no creo, para que
la sepa valorar en la justa medida en la que yo no supe hacerlo.
De
mirar atrás y ver desaprovechadas tantas oportunidades por cagadas y
miedos, por no atreverme a hacer algo que sabía. Y saber que debía
hacerlo y no hacerlo. De conformarme con esperar en lugar de ir a
buscarlo, de no aferrarme a algo, de colgarme de la nada.
De
seguirme diciéndome a mi mismo que dentro de 4 meses las cosas habrán
cambiado, de creer que todo cambiará mañana. Ya no me creo, perdí el
crédito y el respeto hace ya varias paradas. Yo me bajo de este metro,
que sólo conduce a una oscuridad más profunda en este tunel. Mierda de
línea, ya ni si quiera recuerdo el número. Se me ha olvidado después de
cogerla todas las mañanas. Ojalá pudiera volver a coger la misma que
cogía cuando contigo me despertaba. Pero hace tanto tiempo de eso... y
ahora no me queda nada. Ni tan si quiera el recuerdo, que se desvanece
en mi cerebro, como jirones de niebla al amanecer.
Solo me queda
el rostro de mis compañeros de viaje. Rostros distintos cada día, pero
siempre los mismos. Y no me vale. Ya no me vale.