11 de marzo de 2016

Mujeres y hombres, sin viceversa

No me gustan las feminazis. No me gustan los anormales que les pegan a sus mujeres, o que se sienten superiores; o que las tratan como objetos. No me gusta la gilipollez lingüistica de moda de decir todos y todas. No me gustan las personas que se acercan a hablar a otro ser (hombre, mujer o animal) sin respeto.

Todos tenemos contradicciones. Grandes y pequeñas. Vivimos en una sociedad compleja, fruto de miles de años de evolución cívica, que además sigue inmersa en ese proceso a una velocidad que nunca había adquirido antes. Y esos milenios son transmitidos a las nuevas generaciones en cuestiones de años. En una educación express casi siempre transmitida priorizando intereses particulares. Es normal que tengamos contradicciones. La alternativa a eso sería que nos explotara la cabeza.

Somos la sociedad que abolió la esclavitud, pero la misma que siglos antes la creó. Que permitió a las mujeres votar, cuando al crear la democracia ni si quiera se planteó el incluirlas, porque no se consideraban ciudadanos. Ciudadanas, me dirá alguna, en su afán de llegar a una igualdad mal entendida. No se les consideró ciudadanos, con o, porque nunca se les consideró iguales a los hombres. Y al llamarlas ciudadanas, se les excluye del conjunto único, diferenciandolas de nuevo.

Y aún hoy en día hemos conseguido una igualdad sólo intermitente. No se trata de considerar iguales dos grupos. Se trata de considerar un único conjunto de seres humanos. Cada uno con sus particularidades de sexo, etnia y particularidades genéticas. Ojo, que la política y la religión no vienen de serie, esas nos las inculcan (aunque algunos nazcan reyes, debe ser algún gen específico), y de eso hablaremos otro día.

Y soy el primero al que le parece ridículo cuando una mujer se pone un vestido con cremallera en la espalda, porque no puede cerrarla sola. Pero también soy el primero que se derrite con la sensual idea de bajar esa misma cremallera. El problema es que como sociedad, vemos ese gesto como debilidad, y es justo todo lo contrario. Es la vuelta que le dieron las mujeres a ser consideradas objetos: tú me quitas el poder? tú me conviertes en una cosa? Preparate a una buena sesión de marketing y publicidad, porque vas a acabar perdiendo el culo por conseguirla.

Esos son los micromachismos que tenemos grabados a fuego, ellos y ellas (aquí sí hago distinción, para enfatizar). Y quitárnoslos es como dejar de fumar: sencillamente es una cosa que el común de los mortales no puede hacer de un día para otro.

Quién sabe. Quizás algún día consigamos sacar nuestra cabeza de nuestro propio culo y consigamos vivir todos en un mundo mejor: donde no haya niveles de pobreza y hambre que nos hagan retirar la mirada al mirarnos al espejo; donde podamos ser felices trabajando en algo que nos gusta, teniendo tiempo para conciliar; donde sepamos desprendernos de este capitalismo casposo que nos lastra como una lacra; donde por fin convivamos en paz.

Pero qué voy a saber yo de nada. Si sólo soy un retrógrado que sigue abriendo las puertas, disfrutando de las vistas de unas piernas bonitas, leyendo poemas y creyendo en un romanticismo medieval. Que sólo piensa en utopías. En macrogilipolleces.