21 de abril de 2019

Blanco sobre azul

Supongo que habría momentos previos pero el recuerdo que tengo asociado a empezar a escribir es una ciudad de costa, no sabría decir cual, con el sonido del mar rompiendo de fondo.  Era de noche, cómo no, y supongo que cogí algún papel que estuviera a mano y empecé a escribir lo que me vino a la cabeza. Sí, seguramente sería alguna chica, y es que siempre he sabido que escribo para sacar cosas que tengo dentro que no sé sacar de otra manera. Seguramente el papel acabó lleno de tachones y borrones, como mi mente por aquella adolescente época.

Lo cierto es que he de admitir que sigo igual. No con la mente emborronada (todo tiene su momento), sino sin tener una libretita en condiciones para escribir, como sí tiene mi hermano irreflexivo de otra madre. También me sigue inspirando el mar. Algo tendrá esa inmensidad insondable, esa sonora calma, ese baile caprichoso y ordenado a la vez. Quizás la analogía con la vida que lleva implícita, quizás que sigue siendo de las pocas cosas que la humanidad no ha sido capaz de sobrepoblar (todavía) o en las que, al menos visualmente, el impacto de nuestra especie de monos evolucionados es menos patente.

Lo curioso es que nunca me lo había planteado, pero probablemente mi inspiración marítima tenga mucho que ver con un rasgo de mi escritura y es que trato que sea rítmica. Bueno, no es que sea una intención, sino que cuando escribo se activa un metrónomo en mi cabeza y las letras fluyen bailando a ese son. Ojo, que muchas veces los textos resultantes son basura, pero basura rítmica quécarallo.

Y era inevitable que por aquellos tiempos y con el runrun marino machacón, no surgiera un idilio hormonado con el rap. Aunque el tiempo ha apagado la llama, siguen estando las brasas que de vez en cuando alimenta algún viento huracanado con olor a perfume de mujer, y vuelvo a comulgar con el beat. Porque a otros les conmueve una voz angelical en una octava imposible, un clavicordio en re menor o la saeta a un cristo. Pero a mi, un alma atormentada escupiendo por la boca lo que no sabe expresar mejor de otra manera, me toca la fibra.

Porque como decía Nach, la música es el idioma de los dioses. Pero ya que tuvieron a bien ponernos por aquí, qué menos que hacerles los coros cuando hablan.