Son hermanas, aunque no compartan padres. Porque aunque ellas también lo crean, como tantos otros, la sangre no hace a los hermanos de sangre. Porque comparten un mismo pasado sin haberse conocido.
Ambas encontraron el amor pronto, demasiado pronto, y lo perdieron en un mar de adolescencia, dudas y hormonas. Pero ambas supieron volver a puerto a través de la tempestad y regresar a Ítaca a por su Ulises. Son hijas de otro tiempo. Tiempos antiguos. Tiempos mejores. Cuando el
honor significaba algo y la integridad era algo más que una casilla a
marcar en el linkedin.
Las unió un sitio tétrico gobernado por un cínico cansado de la vida que sólo a veces se quitaba la máscara y les recordaba que había un mundo mejor, más allá de noches llenas de alcohol, de música ensordecedora y de una más que cuestionable compañía.
Son el Yin y el Yang. Irene es la luz del sol, que brilla con un destello cegador sobre un lienzo puro, lleno de vida. Es la historia de un pueblo en llamas, en el que no le quedó otra
que coger un palo en el suelo y pelear por defenderse y sobrevivir,
igual que todos los que le rodeaban. Pero acabó triunfando en un páramo desierto y floreció esplendorosa reverberando savia nueva. Es imposible no contagiarse de su espíritu cuando esta cerca. Es la flecha que dejó de mirar atrás y sólo entiende de seguir adelante.
Marta es melancolía: la luz de la luna sobre una sábana de oscuridad salpicada de estrellas. Es el cuento de los mil y un sueños. Quien sabe, quizás en un principio también fue una enorme esfera brillante, pero fue dejando un poquito de esa luz en cada decisión que tomaba. En cada "y si". Y cada vez que vuelve la cabeza, y ve la estela de posibles que nunca fueron, los alimenta un poquito más y brillan con más fuerza. Por eso es tan hermosa, porque no se entiende la noche sin luna, pero tampoco sin estrellas.
Pero como el Taijitu, cada una tiene un poco de su opuesto. Y cuando Irene flaquea, y se convierte en Marta, Marta se transforma y se convierte en Irene. Y juntas siguen complementándose.
29 de julio de 2015
27 de julio de 2015
Buscar y rebuscar
Preparando las cosas para la mudanza, y después de pelearme 2 horas antes de decidir que la vieja impresora que estaba en el sótano iba a estar mejor en la basura, he encontrado una imagen en papel que me cautivó desde el momento en el que la vi. Como tan solo pueden hacerlo los fenómenos naturales: un atardecer en una playa, las vistas desde la cumbre de una cordillera nevada, la mirada fugaz de una mujer inteligente...
Es una imagen que me acompañó en un momento de cambio y por eso le tengo cariño. Por eso y porque me fascina. Es una fotografía de una actriz, en blanco y negro. He buscado más fotografías de ella, pero esta foto tiene algo ... especial. Tanto que cuesta incluso reconocerla. El fotógrafo también supo verlo y por eso capturó este instante y no otro.
Ella tiene la mirada viva, de las que te atraviesan si osas mirarla. Esa sabiduría heredada a través de los genes y la historia. Desde Helena de Troya hasta Sofía Loren, pasando por Penélope, Cleopatra y tantas otras. Y la sonrisa. Esa sonrisa lobuna que dice todo y más. Esos labios que saben tanto de la vida como de la muerte. Ese semblante indescifrable que lo mismo precede a un mordisco de labio capaz de enajenar al más férreo espíritu, que a un gesto de desprecio sin parangón.
Es tal el impacto que me causó, que hoy al volver a verla después de 4 años he sido capaz de recordar el nombre de la actriz. No es especialmente famosa, ni ella ni la foto. La he buscado en google y no estaba. Eso la hace todavía un poco más única, más mía. Y he recordado que en su día le escribí - cómo no hacerlo - y he sonreído releyéndome mientras ella me contemplaba de la misma manera que lo hizo cuando escribí aquellas líneas. Como un recuerdo atemporal. Como la vida misma.
Ahora por fin te he puesto rostro, y adornas la pared de mi cuarto. Eres una actriz con nombre anónimo, pero me sirves para recordar lo que busco y no hallo. Eres sin serlo, pero no siendo eres. Te echo de menos cada día. Inútil trato de ocultarte entre rutinas idiotas y olvidarte en el ahogo de urgencias inventadas. E imagino que apareces. Y me das forma. Porque sin ti soy humo, agua, fuegos artificiales que se desvanecen tras apenas un suspiro. Explosiones que ocultan el eco de un vacío.
Necesito tu esencia, tu aliento para respirar y despertar un corazón adormecido, apagado. Te necesito sin conocerte, necesito ese impulso eléctrico recorriendo mi cuerpo como la savia recorre el tronco de un árbol viejo, haciéndolo renacer. Necesito las palabras que gritan tus ojos, las que insinúa tu sonrisa pero tu boca calla; de la caricia despreocupada de unos dedos que navegan perdidos en el mar de mi piel; de la música de tu risa y del calor de tus entrañas. Te necesito para aprender a llenarme el alma.
Es una imagen que me acompañó en un momento de cambio y por eso le tengo cariño. Por eso y porque me fascina. Es una fotografía de una actriz, en blanco y negro. He buscado más fotografías de ella, pero esta foto tiene algo ... especial. Tanto que cuesta incluso reconocerla. El fotógrafo también supo verlo y por eso capturó este instante y no otro.
Ella tiene la mirada viva, de las que te atraviesan si osas mirarla. Esa sabiduría heredada a través de los genes y la historia. Desde Helena de Troya hasta Sofía Loren, pasando por Penélope, Cleopatra y tantas otras. Y la sonrisa. Esa sonrisa lobuna que dice todo y más. Esos labios que saben tanto de la vida como de la muerte. Ese semblante indescifrable que lo mismo precede a un mordisco de labio capaz de enajenar al más férreo espíritu, que a un gesto de desprecio sin parangón.
Es tal el impacto que me causó, que hoy al volver a verla después de 4 años he sido capaz de recordar el nombre de la actriz. No es especialmente famosa, ni ella ni la foto. La he buscado en google y no estaba. Eso la hace todavía un poco más única, más mía. Y he recordado que en su día le escribí - cómo no hacerlo - y he sonreído releyéndome mientras ella me contemplaba de la misma manera que lo hizo cuando escribí aquellas líneas. Como un recuerdo atemporal. Como la vida misma.
Ahora por fin te he puesto rostro, y adornas la pared de mi cuarto. Eres una actriz con nombre anónimo, pero me sirves para recordar lo que busco y no hallo. Eres sin serlo, pero no siendo eres. Te echo de menos cada día. Inútil trato de ocultarte entre rutinas idiotas y olvidarte en el ahogo de urgencias inventadas. E imagino que apareces. Y me das forma. Porque sin ti soy humo, agua, fuegos artificiales que se desvanecen tras apenas un suspiro. Explosiones que ocultan el eco de un vacío.
Necesito tu esencia, tu aliento para respirar y despertar un corazón adormecido, apagado. Te necesito sin conocerte, necesito ese impulso eléctrico recorriendo mi cuerpo como la savia recorre el tronco de un árbol viejo, haciéndolo renacer. Necesito las palabras que gritan tus ojos, las que insinúa tu sonrisa pero tu boca calla; de la caricia despreocupada de unos dedos que navegan perdidos en el mar de mi piel; de la música de tu risa y del calor de tus entrañas. Te necesito para aprender a llenarme el alma.
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