15 de junio de 2013

Cuando las palabras son lo de menos

El entró en la estancia y todo se tornó borroso y difuso cuando centró su mirada en ella. Su presencia llenaba la habitación y no debaja espacio para nada más, ni siquiera para él. Notó que le faltaba el aire y el aura que ella desprendía le oprimía los pulmones. Ella, levantando la vista de sus papeles, reparó en él y clavó su mirada felina. Él se sintió atravesado por una katana afilada.

-"Señor López, siéntese."

Tras la invitación y, reuniendo el poco coraje que le quedaba él, se acercó con paso dubitativo a la silla. Se sentó y notó cómo las manos le empezaban a sudar. Nunca se había sentado enfrente de una mujer tan guapa. Y mucho menos una mujer tan guapa que le hubiese hecho algo de caso. Sintió que ella seguía escrutándolo con la mirada, como si quisiera saber todo de su vida.

-"Veo en su currículum que es usted licenciado en Ingenería."

El empezó a hablar con la lengua temblando, lo que le hizo tartamudear. Vaya comienzo. Los siguientes minutos transcurrieron tan lentos, que a él le pareció que el tiempo se había detenido. No podía apartar la vista de esos ojos; esos ojos que habían visto atacar naves en llamas más allá de Orión. El nudo de la corbata le traspasó la piel y se instaló en su garganta. Cada respuesta era un paso más hacia el abismo. Todos esos momentos se perderían en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Era hora de morir.

Y entonces lo vió claro. Había perdido la oportunidad de seducir a esa mujer en los tres primeros segundos. En lo que había tardado en atravesar el umbral de la puerta y sentarse. Y por fin se sintió libre.

-"Efectivamente, he tardado algo más de lo habitual en terminar la carrera. Y es cierto que mi expediente no es especialmente brillante. Pero lo que me gustaría saber es si su empresa busca expedientes o personas que sepan llevar a cabo tareas. Y créame cuando le digo que no va a haber una tarea en esta empresa que no vaya a ser capaz de realizar si la practico durante dos semanas."

 Ella titubeó por un instante. Fue tan sólo una décima de segundo, pero todo su cuerpo se tensó y su expresión corporal la delató cuando se reclinó en su silla apenas un ápice. Un movimiento que habría pasado desapercibido a unos ojos poco atentos. Pero él estaba atento. Muy atento. Y por fin el miedo dejó de reflejarse en los ojos de ella para salirle de dentro del alma misma. 

Y cuando los ojos de él le devolvieron cual espejo ese miedo, y ella se dió cuenta de que él lo había notado, el miedo se convirtió en pánico. Pero ella no era una mujer fácil. No era sólo fachada. Con un movimiento grácil de mano se hiló la melena, y un cambio de cruce de piernas cicatrizó la compostura herida. 

Se miraron a los ojos, por fin de manera sincera. Él perfiló un esbozo de sonrisa. Ella sonrió por dentro de sus pupilas. 

Y entonces comenzaron a conocerse de veras.


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